El pobre de Ripapola, que ha tenido que emigrar a Buenos Aires, como tantos españolitos allá por los cincuenta.
Porque decidió que ya estaban pintadas todas las casas de Andalucía, y había que darle un repasito a las fachadas bonaerenses. Y porque quería llevar el blanco del Mediterráneo allende los mares, para dejar su huella de artista pintor en las Américas, que no se diga.
Pero la casualidad es una dama caprichosa, y hete aquí que cerca de donde el bueno de Ripapola vive actualmente (una calle estrecha de la ancha Buenos Aires) ha ido a parar un compadre de su mismo pueblo, de Periana.
Que quién lo iba a decir, con lo ancho que es el mundo y acaban aquí dos perianenses. Eso sí, Ripapola no sabe nada. No se lo digamos. Dejemos que sea el compadre que escondido tras una farola argentina le suelta el famosísimo:
- ¡¡ RIIIIPAPOLAAAAA !!!
A lo cual, el susodicho pintor responde con la más pura poesía que haya captado oído humano:
- Algún hijoputa de Periana tiene que ser.